“¡Oh, tonterías! Otro maldito gusano cornudo se ha comido una planta. Qué malhumorado soy”. Podrías adivinar correctamente que estas no fueron mis palabras exactas cuando saqué la corpulenta oruga del palo antes conocido como un exuberante chile jalapeño, pero están lo suficientemente cerca para este artículo. Sentí una ola comprensible de schadenfreude cuando envié la larva a su destino en el gallinero, como lo hice con todos los demás que encontré este verano. A contraluz por el sol, vi la